Cuenta la leyenda que Huitzilopochtli (Dios de la guerra) abandonó a su esposa Malinalxochitl (“flor de malinalli”) para fundar su propio reino. Ella, que era esforzada y valerosa, durante años gobernó el reino de Malinalco (“lugar donde hay malinalli”) en compañía de su hijo: Copil (“corona”), quien creció lleno de enojo por el abandono de Huitzilipochtli.
Años después, cuando Copil creció decidió castigar a Huitzilopochtli, así que tomó su escudo y fue en busca de su padre. Durante su viaje encontró grandes obstáculos y dificultades, pero su enorme voluntad logró vencerlo todo.
Caminó durante día y noche, a través de montes y bosques, y tras largas jornadas de fatiga, por fin pudo contemplar los florecientes maizales del valle de México.
Entró en la ciudad y preguntó por Huitzilopochtli, pero no obtuvo respuesta, así que decidió avanzar hasta lo que hoy se conoce como Chapultepec, residencia de su padre. Horas después, buscó la forma de escalar las enormes rocas para enfrentarse con el Dios de los mexicas, pero al ver que era imposible hacerlo él solo, ¡decidió regresar a Malinalco y preparar a su ejército de mil guerreros!
Al notar la presencia de Copil, Huitzilopochtli pidió a sus hombres que le sacaran el corazón. Horas después, un grupo de guerreros enviados por el Dios de la guerra esperaron la noche y avanzaron silenciosamente por el lago para llegar al lugar donde se encontraba Copil.
Los guerreros aztecas se dieron a la tarea de examinar cada uno de los rostros de los hombres quienes se encontraban dormidos, y descubrieron entonces al hijo de Huitzilopochtli. Cumplieron con la misión: le abrieron el pecho de una cuchillada, le sacaron el corazón palpitante y se lo llevaron a su señor, quien lo contempló gozoso y ordenó a sus secuaces enterrarlo entre piedras.
La orden fue cumplida y al día siguiente los aztecas contemplaron con asombro que en el mismo lugar donde fue enterrado el corazón, nació entre los peñascos un hermoso arbusto: el nopal, lleno de vida propia y de resistencia a las adversidades del medio.
Por eso, desde entonces, nuestro pueblo se alimenta de dicha planta haciéndonos una raza fuerte y resistente ante las adversidades …
Las leyendas mexicanas están ligadas al carácter mágico de su fundación. Esa herencia está en la sangre del mexicano, en su disposición para el sacrificio y la búsqueda incesante.
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