Este pozo francés expulsa más de 300 litros de agua por segundo y nadie ha logrado aún encontrar su origen.
Un pozo no tan sobrenatural
Fosse Dionne, que se traduce como “pozo divino”, es una piscina circular de piedra construida en el siglo XVIII. En la Edad Media, se pensaba que había una serpiente que navegaba en las profundidades del corazón de este mismo, y algunos incluso pensaron que era el portal a otro mundo. Es un manantial kárstico (un karst es una región irregular de piedra caliza con sumideros, arroyos subterráneos y cavernas) que arroja un promedio de 311 litros de agua por segundo, lo que es una descarga inusualmente alta, si bien la velocidad con la que brota del suelo varía de una temporada a otra, este ocupa un lugar destacado en los relatos de los milagros realizados por el monje del siglo VII San Juan de Roma, que llegó a la zona en el año 645 d.C. para limpiar el manantial, que en ese momento era un pantano inutilizable.
El gran misterio del manantial Fosse Dionne es de dónde proviene realmente el agua.
Desde que se tiene memoria, este manantial ha estado arrojando cantidades masivas de agua al pozo visible, casi en forma de inmensa escultura: La fuente visible es alimentada permanentemente por varios ríos y por filtraciones de mesetas de piedra caliza, por lo que su caudal es perpetuo.
Ciertamente, sale mucha agua y, al igual que otros manantiales kársticos. Sin embargo, ningún buceador ha podido encontrar su origen, y muchos de los que lo han intentado no han vuelto con vida.
De hecho, nadie intentó siquiera sondear las profundidades hasta 1974, cuando dos buzos emprendieron la navegación por el laberinto de cámaras y estrechos túneles del manantial. Ninguno de esos buzos regresó para contar lo que había visto. En 1996, otro buceador lo intentó, pero también perdió la vida a causa del Fosse Dionne.
Durante muchos años después, a los buzos se les había prohibido bucear en esta piscina, hasta la primavera hasta 2019, cuando el buceador Pierre-Éric Deseigne se comprometió a explorar 370 metros de túneles. Afortunadamente, regresó con vida, pero sin encontrar la fuente del manantial. Ni encontró otra dimensión o una serpiente monstruosa.
Con todo, a pesar de algunos titulares amarillistas que corren por ahí. Una característica principal de los manantiales kársticos es que el agua se transporta rápidamente por las cavernas, por lo que hay un filtrado mínimo del agua y poca separación de los diferentes sedimentos. El agua subterránea emerge en el manantial a los pocos días de la precipitación. Las tormentas, el deshielo y los cambios estacionales generales en las precipitaciones tienen un efecto muy notable y rápido en los manantiales kársticos.
De lugar sagrado a lavadero público
Así, los romanos ya la usaban para beber, los celtas la consideraban sagrada, y más tarde otras civilizaciones convivieron con su siempre cambiante piscina turquesa, azul y marrón en un borde circular de piedra que incluye un anfiteatro. Fue lavadero público ya en el siglo XVIII, desde que en 1758 el alcalde Louis d’Éon, padre de un reconocido diplomático que estuvo al servicio de Luis XV, diera la orden. Ese mismo año se construyó la cubierta semicircular y las chimeneas que actualmente lo rodean. Con todo ello, hoy es un monumento al que admirar con la fascinación de lo extraño.
Durante siglos, el lugar ha sugerido instintos de imaginación ante el misterio de la duda. En total, se conservan tres leyendas que lo enmarcan. La primera data del año 700 d.C., señalan expertos desde el portal J’aime mon Patrimoine, y cuenta que el mismísimo diablo se habría precipitado allí tras no poder corromper el alma de un niño con monedas de oro esparcidas por el camino. Este último, habiendo recogido los centavos del diablo, estaba destinado a las desgracias y malos augurios si los gastaba. Así, el pequeño habría decidido arrojarlos a una fuente donde, contra todo pronóstico, volvían a la superficie, atrayéndolo inexorablemente.
El relato popular dice que, finalmente, fue salvado in extremis por un obispo, quién cubrió la superficie de la fuente con su manto azul para evitar que aquello siguiera perjudicando a otras personas, y dando así lugar al color característico de las aguas de la fuente. El diablo, escondido en una emboscada y viendo que su objetivo se le había escapado, se acabó arrojando a las aguas, arrastrando consigo el fondo de la cuenca al abismo del infierno.
Unas aguas envenenadas
La segunda leyenda es también con tintes católicos. En este caso, se atribuye la creación del misterioso pozo a la virgen María. Esta habría acudido al lugar atraída por las súplicas de una joven que trataba de esconderse del demonio. Para salvarla, la virgen habría arrojado su manto esmeralda del que habría brotado el manantial. Con esto, ambas se habrían precipitado al agua para escapar de cualquier ataque.
La última leyenda, escrita por el célebre Grégoire de Tours, apunta a san Juan de Réome. Este texto sugiere que, mientras el santo estaba instalado en Tonnerre, allá por el siglo VI, se enteró de que la ciudad carecía de agua a pesar de la presencia de un pozo. El problema se debía a la permanencia en sus fondos de un basilisco que envenenaba el agua. Para ponerle solución al asunto, el santo habría decidido acabar con la maldición enfrentándose a la bestia con un golpe de pico. Con su victoria llegó el agua pura y lo que hoy se denomina como el Fosse Dionne.
¿Qué te pareció esta información?
Déjanos tus comentarios.